MES DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

El modo de mandar en nuestra compañía: El modo benigno y manso de mandar

La obediencia ignaciana debe ser tal que ayude al fin para el que fue históricamente establecida y que está señalada en la deliberación de los primeros padres: para que mejor se conserve la Compañía. Esta Compañía se une entre sí sobre todo por el amor de Cristo, es decir, por el amor que de Cristo desciende a cada uno de sus miembros y une de este modo de Cristo y de Pedro y Pablo. A esta suavidad en el régimen ayudará sobre todo que el Superior posea las necesarias cualidades y que esto lo vea y sienta el sujeto que obedece, de modo que pueda reconocer en él sin mayores dificultades al guía capaz de ejercitar competentemente su oficio.

“Ayudará para la unión de los ánimos las cualidades de su persona… Muy especialmente ayudará, entre otras cualidades, el crédito y autoridad para con los súbditos y tener mostrar amor y cuidado de ellos, en manera que los inferiores tengan tal concepto que su Superior sabe y quiere y puede bien regirlos en el Señor nuestro. A lo cual y a otras muchas cosas servirá el tener consigo personas de consejo”.

Al dicho fin de la conservación de la Compañía conviene que el mandar se ejercite con modestia y mansedumbre:

“Ayudará también que el mandar sea bien mirado y ordenado, procurando en tal manera mantener la obediencia en los súbditos, que de su parte use el Superior todo amor y modestia y caridad en el Señor nuestro posible, de manera que los sujetos se puedan disponer a tener siempre mayor amor que temor a sus Superiores, aunque algunas veces aprovecha todo. Asimismo, remitiéndose a ellos en algunas cosas, cuando pareciere probable que se ayudarán con ello y otras veces yendo en parte y condoliéndose con ellos, cuando pareciese que esto podría ser más conveniente”. 

El superior no medirá a los que están sujetos según su propia medida y en muchas cosas que él no conoce suficientemente se remitirá a la prudencia que ellos mismos tienen. Muchas veces dará órdenes que no tienen un sentido definitivo, sino que el sujeto pueda cambiar en el puesto con atención a las circunstancias concretas, mostrando siempre suma confianza en el que obedece. Esto no excluye la firmeza en el mandar, pero en el ejercicio de ella se debe proceder en caridad, benignidad y mansedumbre, de tal manera que, en el rigor mismo, que es alguna vez necesario, resplandezca la misericordia, ante todo.

Para el trato paterno en el mandar, Nadal en sus visitas a las casas dejaba sabios consejos:

“Si alguno dice que no puede hacer lo que el Superior le ha mandado, no debe el Superior juzgarle mal inmediatamente y ante todo pregunte primero la causa y entienda por qué no puede hacerlo, procure el Superior curar la enfermedad interior, de la que pueda ser proceda reamente la impotencia exterior. Si la causa de la enfermedad no es tanto la culpa presente, cuanto el tedio y fastidio producidos por un largo y excesivo trabajo, habría que actuar más suavemente con él: concederle descanso, interrumpir su oficio, permitirle recreo o cambiarle totalmente de oficio”.

Existen unas normas de bien mandar por el mismo Nadal. Son un buen complemento a la carta de la Obediencia de San Ignacio. Algunas que nos pueden servir:

  • “Considere que los que tiene a cargo son siervos del Señor y no suyos, y piense que todos son mejores que él, y que harían mejor el oficio de superior que él”.
  • “Su gobierno debe ser fuerte y suave, de modo que, tenga toda constancia y fortaleza en el Señor, en la ejecución de los medios y uso de ellos, benignidad y suavidad”.
  • “El superior siempre debe esforzarse en mostrar aquella alegría interior y exterior, que da la claridad y aquella moderación y suavidad, que da la benignidad y mansedumbre, y tanto más debe estar sobre sí en esto, cuanto su naturaleza sea por ventura más severa o difícil”.
  • “Acordarse de los bienes que tienen naturales, adquiridos y sobrenaturales y significar esto y disimular los males o disminuirlos y excusarlos, cuando con verdad se pueda”.
  • “Cundo se le ordena una cosa, no parezca ser eximperio, sino con llaneza y benignidad, diciendo “haced este hermano”, “será bien que hagáis esto”, “haced esto por amor del Señor””.
  • “No sea precipitado en el hablar, ni ligero, más grave, moderadamente y apacible, y su tratar sea fácil, claro, alegre, llano y familiar”.
  • “Oiga con mansedumbre los que le hablan y entienda bien lo que le dicen”.
  • “No mostrar desconfianza ni mostrar ser ofendido, aunque de ello haya causa, sino siempre haciendo unión y alabando lo que en ellos hay bueno”.
  • “Con los que van distraídos y no se aprovechan, se ha de tener gran miramiento, porque todo el mayor trabajo de la gobernación está en estos”.
  • “Siempre la represión se acaba en dar ánimo y buena esperanza al otro y mostrar tenerla, con suavidad y no con exasperación”.
  • “Las represiones más fuertes y penitencias, será más útil ordenar que las de otro superior inferior, como el Ministro, porque siempre quede refugio al que es distraído”. 

Síntesis por Diego Martínez, S. J. de la comunidad Jesuita de Monterrey.

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